Alfonso II “el Casto” reinó
a lo largo de 51 años en el reino de Asturias, y fue sucedido en el
trono tras su muerte en el año 842 por Ramiro I. En
el momento en que murió, Ramiro I se encontraba fuera de Asturias,
por lo que el cuñado del rey, Nepociano, aprovechó la ocasión para
autoproclamarse rey junto con el apoyo de los astures y vascones.
Ante esta situación Ramiro I buscó apoyo en Galicia, donde
consiguió reunir un ejercito con el que avanzó hacia Oviedo y
derrotó a Nepociano, ya que sus tropas se negaron a luchar.
Debemos
considerar de forma separada los acontecimientos sucedidos durante el
mandato del rey Ramiro I, entre los años 842 y 850, distinguiendo
entre los internos y los externos:
Conflictos
internos: Existían
diversos nobles que estaban descontentos con el nuevo rey, dado que
había arrebatado el trono a Nepociano, por lo que intentaron llevar
a cabo nuevas insurrecciones en contra de él. Entre ellas destacan
las de los condes Aldroito y Piniolo, ejecutados tras ser aplacadas
sus respectivas revueltas. En el
ámbito social, el rey se caracterizó además por incentivar la
persecución de los bandoleros y de las prácticas paganas que
estaban arraigadas entre las clases sociales bajas del reino astur,
como la hechicería o la magia. Por ambos motivos, le fue otorgado el
sobrenombre de virga iustitiae (vara
de la justicia).
Conflictos
externos:
Poco después de su coronación, en el año 843, el nuevo rey se
enfrenta a la amenaza de las invasiones de piratas normandos, que
atacaban toda la costa cantábrica y amenazaban con sitiar las
ciudades de Gijón y La Coruña. Ambos ataques fueron repelidos y los
normandos fueron expulsados del reino, siendo forzados a redirigirse
hacia Lisboa, desde donde avanzaron hacia Cádiz y Sevilla, ciudades
que tomaron y saquearon antes de proseguir hacia Córdoba, donde
pusieron en un grave aprieto al emir Abd-al-Rahman II, quien tuvo que
detener su avance y reconquistar las zonas mencionadas anteriormente.
Además, los conflictos internos de la zona del Califato de Córdoba,
se tradujeron en un periodo de paz para el reino de Asturias, que
fueron aprovechados para llevar a cabo la repoblación del reino de
León. Sin embargo, en el año 846 las rebeliones del Califato fueron
apaciguadas y Abd-al-Rahman II envió un ejercito hacia la ciudad de
León que destruyó y quemó todo a su paso, forzando de nuevo a la
ciudad al éxodo.
Mapa de la Peninsula Ibérica en el S. IX |
El
arte ramirense:
Los programas
relacionados con el arte llevados a cabo por el Alfonso II fueron de
una gran importancia para el arte ramirense, ya que establecieron las
bases sobre las que éste se erguiría y supondrán además sus
influencias directas. Ramiro I será el encargado de impulsar un
programa arquitectónico mediante el que construye una residencia
real suburbana en el monte Naranco situado en Oviedo, que supone una continuación del
programa anterior que llevó a cabo su predecesor, y que Ramiro I
intentó perfeccionar y embellecer aspirando a una cierta continuidad
y superación de éste. Ejemplos de este tipo de arquitectura son el
palacio de Santa Maria del Naranco o la iglesia en la que nos
centraremos, San Miguel de Lillo. Los primeros testimonios que hablan
sobre éstas iglesias se encuentran redactados en las conocidas como
crónicas, unas obras literarias que recopilan hechos históricos de
una forma cronológica. En ellas se adjudica el patrocinio de dichas
obras a Ramiro I. Ejemplos de éstas crónicas son la
Crónica Albeldense o
la Crónica de
Alfonso III
conocida por el nombre de “A Sebastián”.
El mandato de Ramiro I, supone
lo que se conoce como la sistematización del arte, que implica la
renovación de determinados elementos, como la suplantación de las
cubiertas y techumbres de madera de los edificios por bóvedas de
cañón o el gran cambio en las representaciones escultóricas, que
incluye una nueva decoración iconográfica, y el paso al material
pétreo de otros campos del arte: tejidos, orfebrería y pintura.
Este último punto tan solo es explicable mediante la aparición de
un artista formado, el cual tenia conocimiento de soluciones
innovadoras que eran producto de sus viajes por Occidente y Oriente.
- SCHLUNK, H., "Arte Asturiano", Ars Hispaniae. Historia universal del arte hispánico, Editorial Plus-Ultra, Barcelona, 1947. p. 327-416.
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